Hay algo que a muchos de nosotros nos ocurre cuando iniciamos un proceso de terapia: la culpa de lo que nos pasa siempre la tiene el otro. Cuando acabamos el proceso de sanar, somos conscientes de la grandeza de tener siempre la última responsabilidad en todo lo que sucede en nuestras vidas. Esto es lo que significa sanar y crecer.
Cuando nos damos cuenta de cúal es nuestra responsabilidad, cosa que no no siempre es fácil, ya no estamos sujetos a lo que los demás hagan o dejen de hacer: esto significa ser libre para hacer y deshacer lo que necesitemos y tener el control de las riendas de nuestra vida.
«Hace mucho, muchísimo tiempo y en un país muy, muy lejano, había una vez un lugar llamado el País del Olvido, y quizás te preguntes el por qué de ese nombre tan extraño.
Pues bien, se llamaba así porque los habitantes sufrían de una extraña enfermedad; a medida que los niños crecían se olvidaban poquito a poquito de dónde venían, a dónde iban y de cúal era su verdadera identidad y esencia.
Y en la misma medida en que olvidaban se creaban una de postiza, que a falta de mejor nombre la llamaron “personalidad”. Y cuanto más crecían, más desarrollaban y se identificaban con ella.
Primero se identificaron con su sexo, se sentían hombre o mujeres, y así empezaron a crear la primera división, luego, se sintieron ricos y pobres y al hacerlo, crearon toda una serie de divisiones que llamaron “ escala social”, después se dividieron entre guapos y feos, entre listos y tontos, entre fuertes y débiles, entre simpáticos y antipáticos, entre buenos y malos y así, casi hasta el infinito.
Mientras iban surgiendo todas esas divisiones, unánimemente las iban aprobando. Todos estaban de acuerdo, por tanto empezaron a vivir según ellas.
Pero claro, una cosa es la teoría y otra muy diferente la práctica, porque a los que les tocó vivir según en qué lado, les iba muy bien, pero a los que estaban en el lado opuesto no tanto. Éstos entonces empezaron a enfadarse echando en cara, los pobres a los ricos que no les dejaban nada, los feos a los guapos, que los trataban con desdén, los tontos a los listos que no les tenían en cuenta. Las mujeres les decían a los hombres que las oprimían, los débiles a los poderosos que se sentían explotados. Y así siguieron durante mucho tiempo.
Y así las cosas, el enfado empezó a convertirse en ira y la ira en odio y resentimiento. Y todo eso se fue depositando en sus corazones, ahogando los sentimientos que les eran naturales y propios; la bondad, la felicidad, la ternura y el amor, la compasión.

Y llegó un momento en que los corazones ya no tuvieron suficiente capacidad para albergar tanto sentimiento negativo y empezaron a liberarlo en forma de pequeñas gotitas negras y feas.
Esas gotitas quedaban suspendidas en el aire, como lo hace la humedad y claro, como en ese país tan extraño estaban habitado por muchos millones de personas, esas gotitas que aunque feas, parecían inofensivas, iban formando nubarrones cada vez más grandes que, a medida que crecían iban oscureciendo el Cielo, tapando la Luz del Sol, de la Luna y las Estrellas.
Esas nubes negras y feas al moverse iban chocando entre sí y creaban poderosos estruendos parecidos a los truenos. Cuando llegaron al límite de su capacidad de contención, empezaron a dejar caer lo que empezó a ser pequeñas gotitas, que ahora era lluvia torrencial.
Y la lluvia caía por las montañas creando surcos muy profundos por donde poder correr. Y lo hacían de forma totalmente desbocada, arrasando todo lo que encontraban a su paso, personas, casas, árboles, no importaba lo que fuera, la fuerza era tan poderosa que nada podía impedirle el paso.
Siguiendo la ley de la gravedad esos ríos fueron a parar a un inmenso territorio que las acogió llegando a formar un vasto océano, pero como conservaba todas las características de aquellas pequeñas gotitas, era de todo menos apacible. Al mismo tiempo, los vientos rugían con la misma furia que los truenos, creando una danza diabólica de olas gigantescas que destruían todo lo que los habitantes de aquel país habían construido con tanto trabajo y esfuerzo.

Cuando después de la tempestad volvió la calma, como siempre sucede, lo que vieron aquellos hombres y mujeres les dejó el corazón helado; muerte, destrucción, desolación por todas partes. Todo había sido arrasado.
Maldijeron a Dios y al Diablo, se maldijeron unos a otros, maldijeron a las fuerzas de la Madre Naturaleza. Algunos decían: “¿Cómo es posible que Dios permita una cosa así?” otros gritaban. “¡Esto solo puede ser obra del Diablo!” y otras “¡Los ricos tienen la culpa!” y otros “¡los listos la tienen, no son tan listos como parecen!” Y estos les contradecían” ¡Son los tontos, los feos, los débiles, los hombres, las mujeres…!
Lloraron y lloraron, unos lloraron a sus muertos, otros lloraron la pérdida de sus riquezas, otras la de su guapura, otros la de su poder y al hacerlo, se empezaron a dar cuenta de que todos lloraban de la misma forma, el dolor era el mismo y las lágrimas eran exactamente iguales.
Y se sorprendieron. Y se sorprendieron tanto de lo que vieron que se fueron acercando unos a otros para comprobar que no era una alucinación, que era cierto. Y vieron que esas lágrimas salían de un lugar que se llamaban corazón. Y se siguieron sorprendiendo de que tuvieron uno igual para todos.
Entonces quisieron saber más, y empezaron a recomponer la historia de cómo habían llegado hasta allí. Y recordaron cómo empezaron a salir esas gotitas negras y feas del corazón de cada uno de ellos, esas gotitas que se creaban cuando se enfadaban unos con otros, los hombres con las mujeres y las mujeres con los hombres, los padres con los hijos y los hijos con los padres, los hermanos con los hermanos, los amigos con los amigos, los jefes con los empleados y los empleados con los jefes.
Entonces les vino a la memoria esas divisiones que ellos mismos, hacía ya mucho, muchísimo tiempo habían creado, aceptado y cómo después habían vivido conforme a ellas.
Y como de costumbre empezaron a culparse los unos a los otros, tendencia que como veis era muy grande en aquel país tan lejano, de hecho no sabían hacer otra cosa. Y al hacerlo comenzaron a salir otra vez gotitas negras y feas de los corazones.
Afortunadamente, en ese preciso momento pasó por allí un viajero. Dicen que era un hombre muy sabio y bondadoso, y que conocía muy bien la historia de aquellas gentes. Como vio lo que estaban a punto de iniciar todo otra vez, sintió tanta compasión hacia ellos que les mostró cual era su verdadera naturaleza más allá de sus diferentes personalidades. Dicen que era un verdadero Maestro y que se disfrazaba de viajero.

Aceptar lo que les mostró ese viajero fue lo que les hizo cambiar esas gotitas negras y feas por otras de colores mucho más bonitos; azules, verdes, rojas, lilas, amarillas… ¡infinidad de bellos y diferentes colores que todos podían admirar y compartir entre si.
Y cuando sus corazones ya no pudieron albergar tantas gotitas de preciosos colores, las regalaban a los que encontraban en su camino, pero como ellos también tenían el corazón lleno de las mismas gotitas, no tuvieron más remedio que liberarlas al aire, y así se formaron nubes de maravillosas que, cuando a su vez ya no podían con tantas gotitas en sus barrigotas, las dejaban caer. Y era una lluvia limpia y fresca, generadora de vida.

Y los ríos empezaron a correr alegres hacía el mar, como debe ser, obsequiando a su paso a todos aquellos que se acercaban a ellos con su frescura, y los mares y los océanos se convirtieron en lugares llenos de vida para todas aquellas criaturas que empezaron a poblarlos.
De esto hace ya tantísimo tiempo que ha desaparecido todo vestigio de ese país y ya nadie se acuerda de él.
Y quizás pienses que esto es tan solo un “cuento chino”. Y quizás lo sea. Pero si por casualidad, solo por casualidad, algún día vieras que de tu corazón pudiera surgir alguna pequeña gotita que no fuera de bonitos colores, siempre podrías pensar en este “cuento chino” y lo que les sucedió a los habitantes del País del Olvido.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado».
Montserrat Chando Psicoterapeuta
685.890.497 Barcelona