«Hola, tengo 46 años y soy superviviente de abusos sexuales en la infancia.

Antes de comenzar a explicar mi historia, debo decir que probablemente haya datos que no sean del todo exactos, ya que tengo grandes lagunas mentales y aunque recuerdo los hechos en sí, me es más complicado ponerles fechas y ordenarlos cronológicamente.

Sufrí abusos sexuales infantiles por parte de mi padre, desde los 3 años hasta los 18. Para basarme en el inicio de dichos abusos, cuento con un relato de mi madre, que decía que, “hasta los tres años eras una niña risueña, alegre, abierta…a partir de ahí, te volviste triste, desconfiada, cerrada, arisca”. Hace dos o tres años me reuní con mi padre con la idea de que me dijera cuando inició los abusos, pero no tuvo la capacidad de decírmelo. He de decir que no tengo contacto con él desde hace muchos años, exceptuando ese encuentro.

No voy a entrar en exceso en los detalles, solo decir que mi padre entraba en mi habitación por las noches y también aprovechaba cualquier oportunidad en las que estábamos solos, para llevar a cabo sus abusos, a veces incluso, con mi madre delante, claro que ella, no se daba cuenta.

Además de abusar sexualmente también lo hizo psicológicamente.

Él me robó la infancia, la adolescencia, la primera juventud y gran parte de mi adultez.

Él creó una niña llena de temores, inseguridades, necesidades afectivas…construyó un ser inútil a mis ojos. Él siempre me menospreciaba y me decía que era una inútil, que no servía para nada y que no importaba. Es un hombre criado en la educación patriarcal y machista. Para él, la mujer no significa nada en absoluto, tan solo un objeto de adorno al hombre…así qué, aunque el objeto sea inútil, no importa, porqué por sí mismo no tiene validez…y así me sentí yo durante décadas…un objeto inútil, sin validez por mí misma.

En la educación primaria me comporté como una niña asustadiza, llena de rabietas, mal carácter, continuos actos de llamada de atención, fracaso escolar absoluto, relaciones sociales pésimas, etc.

A los 15 años aproximadamente comencé a mirar cara a cara al alcohol. Esta sustancia me ayudaba a evadir mi realidad. Mi primera gran borrachera fue en el instituto. Gritaba, pero de la forma equivocada y nadie me escuchaba, solo veían a una adolescente problemática.

Ya desde los 16 años empecé a ver a psicólogos…recuerdo haberle contado a mi terapeuta mi historia…pero supongo que no fue al principio, seguramente pasados los años.

Llevo desde los 16 años visitando psicólogos, psiquiatras, terapeutas. He probado de todo, terapias alternativas, meditación, etc.

A lo largo de mi vida, me he encontrado en dos situaciones, que yo recuerde, en las que intentaron abusar de mi…una fue en un cine, había ido con mis padres a ver una película y el señor que se sentó al lado, estuvo metiéndome mano bajo una gabardina de color marrón claro que llevaba encima y que había acomodado por encima de mis rodillas, para que no se percibiera nada…la otra situación se dio cuando me acercaba a los 30 años…necesitaba ayuda y un supuesto terapeuta metió sus dedos en mi vagina, dándome a entender que era necesario para mi mejoría. En ambas situaciones, la paralización de mi cuerpo y de mis sentidos fue la respuesta…y aunque lo más normal, por desgracia, sería juzgarme por no entender que me pasaran esas cosas, sobre todo con 30 años, debo decir que se debe estar en la cabeza de alguien que ha sufrido abusos sexuales continuos desde que es persona, para poder entender lo que se vive, se siente y se sufre…no solo durante el periodo de abusos, si no también, muchos años después y por el resto de su vida.

Mi explosión llegó un 24 de enero de no sé qué año, ya no podía más y grité. Estábamos en mi domicilio, mi padre, mi madre y yo. Probablemente mi padre estaba molestándome, ya no lo soportaba más. Recuerdo que muchas veces le había dicho a mi padre “si no dejas de molestarme, tendré que odiarte” y él me decía que le daba lo mismo. Así que supongo que aquel 24 de enero estallé y ya me dio todo igual. Cuando mi madre me escuchó chillar, gritar, llorar…acudió rápidamente a la habitación. Entonces le expliqué todo. Mi padre fue directo a la pared a darse cabezazos y mi madre, que supongo que no entendía nada, se debatía entre atender a mi padre y atenderme a mí. Recuerdo que iba de un lado para otro. Al final se concluyó que mi padre dejaría de abusar de mí, pero que de esto nadie debía enterarse, ni mis hermanos (que en aquellos momentos no estaban en casa), ni el resto de la familia.

Yo seguía teniendo problemas con el alcohol, seguía emborrachándome con mis amigos, que poco a poco dejaron de serlo, hartos de aguantar mis actitudes.

Mi padre, aún después de aquél 24 de enero, volvió a hacerlo. Eran unas navidades y yo había abusado del alcohol. Aprovechando mi estado, lo volvió a hacer. Mi madre estaba a dos metros, en la cocina y nos tenía a la vista…recuerdo que al día siguiente se lo dije a mi madre y ella concluyó que “ya me parecía raro”, nada más.

Mi vida ha sido una constante en el sentido de perder amistades. Mis problemas con el alcohol me llevaron, con 29 años, a Alcohólicos anónimos. Estuve un año sin consumir alcohol y dejé de asistir. AA me ayudó mucho en ese momento, pero no comulgaba con sus formas y no volví.

Mis problemas para establecer vínculos amistosos y mantenerlos eran obvios. Aún a día de hoy sigo teniendo esos problemas, a pesar de haber dejado el consumo. Entiendo que no solo era problema de alcohol, es problema de auto-concepto, auto aceptación, autoestima.

La necesidad que me creó mi padre de ser aceptada y querida, sigue existiendo a día de hoy, y esa necesidad provoca el efecto contrario, que la gente se aparte o ni tan solo se acerque.

Me he vendido en multitud de ocasiones, todo por tener la compañía de alguien, por ser querida y reconocida, cómo pasaba con mi padre. Yo solo quería que mi padre me quisiera y era tan grande la necesidad de cariño, que consentía cualquier abuso.

Hace tres años conocí la existencia de la Fundación Vicky Bernadet. Ellos ayudan a las personas que han sufrido abusos sexuales, tienen una plantilla de profesionales muy buena, especializados en este tipo de experiencias. A pesar de conocer la existencia de esta fundación, supongo que no era el momento, porque no hice nada por acudir a ellos pidiendo ayuda.

Hace dos años toqué fondo de nuevo. Mi vida seguía siendo un infierno y el alcohol seguía siendo mi compañero y mi cómplice. Eran las navidades del año 2016 y ya no podía más. Necesitaba hundirme en lo más profundo del pozo y comenzar a salir de nuevo. Aquel día bebí mucho, lo hice de una forma consciente, conocedora de lo que buscaba. El resultado fue el esperado. Armé un poco de escándalo y uno de mis hermanos, acudió en mi ayuda. Me “obligó” a ir al médico de cabecera y a partir de aquí, todo cambió. Me visitó el psiquiatra después, me dio antidepresivos. Además de esto, contacté con la fundación Vicky Bernadet y empecé mis terapias con ellos. Así que todo empezó a girar.

Dos años después debo decir que estoy en el mejor momento de mi vida. No quiere decir que no siga teniendo secuelas de los abusos, pero estoy trabajando de forma interna para conocerme, entender de donde vienen mis necesidades y corregir ciertos pensamientos erróneos sobre mi misma, que han sido interiorizados, después de haber pasado por tantos años de maltratos.

A día de hoy he llegado a entender que mi felicidad depende exclusivamente de mí y no de la gente o de las cosas de fuera. Siempre he pensado que la gente y las cosas externas eran la causa de mi felicidad y he buscado la felicidad en los demás. Entendiendo la vida de esa manera, he permitido que las personas que estaban a mi lado, hicieran de mi lo que quisieran, me humillaran, me maltrataran y abusaran de mí. Obviamente no todas lo han hecho, pero si la gran mayoría de ellas. Nunca he sido capaz de hacer cosas para mí, hasta ahora, que comienzo a trabajar en ello.

Las secuelas de los abusos sexuales son infinitamente largas. No es solo el periodo del abuso lo que crea sufrimiento, es todo lo que genera en el interior de la persona y con lo que debe lidiar durante el resto de su vida.

Inseguridades, miedos, desconfianza, baja autoestima, necesidad imperiosa del cariño y reconocimiento exterior, bloqueos sexuales o el efecto contrario, adicción a las drogas o alcohol, desconocer dónde están nuestros propios límites, auto humillación, auto destrucción, exceso de auto-exigencia, etc.

Cuando estás sufriendo abusos sexuales, sientes miedo y este miedo te bloquea. Tienes miedo a que el abusador te haga daño, a que la familia se destruya, a que no te crean, a que te echen la culpa por permitirlo, a que te miren diferente.

Cuando estás siendo víctima de abusos sexuales como niña, vives en un mundo paralelo al que parece que nadie tiene acceso. Estás dentro de un entramado de difícil acceso para otros y aunque muchos puedan preguntarse, ¿por qué no dijiste nada? ¿por qué no pediste ayuda? ¿por qué no te fuiste de casa cuándo pudiste? ¿por qué, por qué, por qué? Debo decir que esas preguntas no nos ayudan nada, al contrario, nos hunden más y más.

El abuso sexual se produce en cualquier tipo de familia, entorno. No importa el nivel económico o cultural. Debemos hacer que este tema, deje de ser tabú, hablar de ello con nuestros pequeños y si nos cuentan alguna vez que esto les está pasando, creerles y transmitirles que ellos no tienen la culpa y que no tiene que preocuparse más, porqué estaremos a su lado hasta el final.

Cómo ya comenté antes, la Fundación Vichy Bernadet, hace una gran labor con las personas que han sufrido abusos sexuales en la infancia. Para mí, sin duda, ha sido un antes y un después.

Aún me queda mucho por hacer, y es seguro que habrá caídas en el camino, pero no dejaré de luchar por lograr superar mis miedos e inseguridades, por encontrar la felicidad en mí, por aceptarme y quererme, por ser condescendiente conmigo, etc.

Hago un llamamiento especial a la comunidad educativa, además de a los familiares de los niños…si hay algo que aún a día de hoy me duele, es ver que tanto cuando iba a primaria, como cuando estudié secundaria, nadie fue capaz de acercarse a mí y preguntarme y sacarme con cariño todo lo que llevaba dentro. Solo me juzgaron por ser una niña tímida, reservada, que no se relacionaba con los demás, con complejos, etc…o bien la adolescente borracha que siempre creaba problemas en el instituto.

Sé que hay cosas que no cambiaran nunca en mi vida, pero daría lo que fuera porque la vida de los niños y niñas que sufren en la actualidad abusos sexuales infantiles, pudiera cambiar a partir de este mismo momento.

Sin duda, hay esperanza»

Como terapeuta que lleva muchos años trabajando con personas que han sufrido abusos en la infancia, algunos de una crueldad inimaginable, solo me queda corroborar, que si, hay esperanza.  Cuando una persona decide sanar, por difícil que sea el proceso, se  logra mirar atrás al pasado desde la serenidad. Para mi es un privilegio poder hacerlo y me siento muy afortunada con ello.

Montserrat Chando
Psicoterapeuta.
Barcelona