¿Quién, aunque solo haya sido una vez en la vida, no ha sentido una dolorosa punzada y una tristeza inmensa por sentir la soledad como única compañera, sin importar cuantas personas te puedan rodear? Esa que nos ha hecho derramar amargas lágrimas y sentirnos sin consuelo.
Huimos de ella a través de multitud de relaciones, nos enriquezcan o no y aunque nos dañen nos es difícil cortar con ellas porque tapan ese gran agujero en nuestro corazón.
Tapamos el doloroso sentimiento de soledad llenando nuestro cuerpo de comida, bebida e incluso con el tabaco o cualquier droga que nos ayude a evadirla.
Distraernos con libros, películas y cualquier tipo de ocio es una buena forma de no sentirla. Con el trabajo, con…. hay tantas formas de darle el esquinazo al fantasma de la soledad que no cabrían todas aquí. Como personas humanas que somos, cada una de nosotras encuentra su mejor manera.
Todas pasamos por momentos de profunda y dolorosa soledad, a veces desgarradora, otras más soportable.
Pero hoy a la vez quiero decir: bendita y amada soledad.

Porque es en el silencio de mi corazón, cuando se acallan el ruido y las voces, donde puedo encontrarme.
Cuando me quedo sola, que no aislada, puedo darme cuenta que no lo estoy porque estoy conmigo misma.
En soledad puedo escuchar mis necesidades y anhelos más profundos para poder cumplirlos.
En esa misma soledad puedo sentir el amor que reside en mi corazón y que no depende de nada y de nadie.
Así que siento un profundo agradecimiento por todas las personas que se han cruzado en mi vida y que me han ayudado a sanar heridas del pasado y a poder exclamar: “¡Bendita y amada soledad”!
Si necesitas sanar las tuyas, como terapeuta y habiendo recorrido el camino, si quieres, puedo ayudarte.
Montserrat Chando – Psicoterapeuta