Quizás para muchos de nosotros la idea de tener un hijo era muy idílica, creyendo, seamos conscientes o no, de que todo será muy bonito y feliz. Pensamos también, que nada de lo que nosotros hemos vivido en la infancia que no nos ha gustado, e incluso nos ha hecho sufrir, vamos a hacerlo con nuestros hijos. Nada de nada…

Si como niños no nos han escuchado, damos mucha importancia a escucharlos a ellos. No les vamos a gritar. Vamos a ser muy respetuosos y permitirles siempre que puedan elegir lo que quieren hacer y lo que no, porque guardamos memoria de lo que significa no ser respetado ni tratado con libertad. Les vamos a enseñar a que se respeten y valoren, porque sabemos también lo que duele cuando no nos han enseñado a hacerlo. Vamos a darle también un proyecto de educación en consonancia con el respeto y la libertad.

Los hijos nos hacen de espejo

Pero llegan los hijos y con ellos la realidad. Quizás nuestro hijo llora, no duerme, no come, coge pataletas, llora, se enferma, quizás no todo a la vez, pero si a tramos, y no sabemos qué es lo que le pasa en realidad. Y con ellos llega el espejo en el que nos podemos mirar, si es que no lo rompemos en mil pedazos para no vernos.

Porque eso es lo que ellos hacen: reflejar nuestros propios estados internos. Como cuando cogen una pataleta y gritan con todas sus fuerzas, sabemos que debemos entenderlos, acogerlos con amor, sostenerlos, como proclaman acertadamente muchos educadores, pero llega un momento que perdemos la paciencia por el cúmulo de cosas y problemas con las que tenemos que lidiar en el día a día, y les gritamos algo así como: “¡Haz el favor de callarte o te castigo!”. Y eso en el mejor de los casos, porque en el peor, se nos escapa la mano.

Ellos saben cómo nos sentimos en nuestro interior

Quizás incluso podamos acoger externamente la pataleta y la rabia, pero internamente la rechazamos, porque llevamos, hablando un poco en broma, en nuestros genes el: “cállate, tu no tienes derecho a decir nada” “Pórtate bien, eres un niño malo y no te quiero”, además de nuestra propia rabia que resuena con la suya.

Cuando hacemos esto, nuestro hijo verá la contradicción entre nuestro comportamiento y lo que realmente pensamos en nuestro interior y le creará confusión.

Ay…! Todas nuestras buenas intenciones se van al traste para dar paso al sentimiento de culpa al pensar que somos los peores padres del mundo, viniendo a continuación el gran rosario de amargos reproches. ¿Os resuena en algo a alguno de vosotros?

Lo que está pasando en realidad, es que todas las carencias y heridas del pasado emergen cuando tenemos un hijo. Seguramente creemos que ya las tenemos superadas y olvidadas, pero la realidad es la realidad y es lo que nos muestran ellos, cuando por ejemplo sacan su rabia y resuena con la nuestra, la cual se reprimió con fuerza en la infancia.

Y hablo solo de la rabia, porque es el tema más habitual que plantean los padres, pero en realidad nos muestran toda la gama de sentimientos y emociones de nuestro universo interno

¿Qué hacer entonces?

El camino más directo para poder educar con amor, comprensión y libertad a nuestros hijos, es darnos primero a nosotros mismos lo que necesitamos, sanando lo que todavía pueda estar pendiente de nuestra propia infancia.

dibujo en la pared de una niña y un niño., la liña le sopla corazones y el niño coge uno y se eleva con él como si fuera un globo

Comprendernos nos posibilitará comprenderlos a ellos. Si no abrimos la maleta del pasado y encerramos parte de nuestro corazón en ella, no podremos abrir la de nuestros hijos ni acoger el suyo. Si nuestra estima quedó dañada, ese será el nivel de autoestima que ellos tendrán, y si no nos concedemos la libertad que necesitamos, ellos se encadenarán con nuestra misma cadena, porque al fin de cuentas somos un espejo para ellos desde donde aprenden a ser como son.

Así pues, podemos abrir la maleta para revisar, sanar y sanear todo lo que un día nos dolió y que nos está afectando en la relación con ellos.

Un día una madre le dijo a su hija ya adulta: “¡Qué difícil es ser madre! a lo que ella respondió: ¡Y qué difícil es ser hija!” La madre reflexionó, aunque tuvo que tomar su tiempo, y se dio cuenta de que ya hacía mucho que había olvidado que un día también ella lo fue.

También se dió cuenta de todos, o al menos muchos, de los errores que había cometido como madre y de todas las heridas que todavía le dolían de su infancia cuando sus hijos eran pequeños y las consecuencias de todo ello.

Esta es la gran ventaja que tenemos los padres y madres, hemos sido hijos y a la vez somos padres, y si no lo olvidamos y no nos olvidamos podremos comprenderlos mejor a ellos.

Te invito a que te comprendas y sanes el pasado para que puedas llevar a cabo la crianza y educación que más deseas para tus hijos. Puedes llamarme y hablamos de cómo puedes hacerlo.

Montserrat Chando
Psicoterapeuta
685.890.497 Barcelona

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