El tema de las relaciones, especialmente las de pareja son un tema muy común que se presenta a lo largo de la terapia. Todos sabemos que las relaciones no son nada fáciles y uno de los conflictos que se presenta es provocado porque esperamos de la otra persona  algo determinado, sea material o afectivo y cuando no lo recibimos nos enfadamos o nos ponemos tristes. Esta pequeña historia lo define muy bien y además nos abre una ventana para ver más allá de lo evidente.

Un labrador cansado del trabajo del campo fue a descansar a la sombra de un muro, pero vió algo que le llamó la atención. Se acercó con cautela, procurando no hacer ruido, y vio algo que le impactó: en un cepo oxidado estaba atrapada un águila que luchaba desesperadamente por liberarse. El hombre se conmovió y sintió compasión por el animal. Se agachó para poder soltarla.

El águila a pesar de que estaba aterrada y no sabía si fiarse de un humano desconocido, permitió que el labrador hiciera su trabajo ya que era su única posibilidad de sobrevivir.

Ellabrado al fin pudo solarla sin que sufriera ningún daño importante  y el águila sacudió su plumaje y emprendió el vuelo hasta desaparecer en el cielo.

El labrador se quedó un poco confundido.

– ¡Vaya, se ha ido sin darme las gracias! ¡Por no decir no me ha dicho ni adiós! En fin, si es una desagradecida, no es mi problema.

Sin rencor alguno continuó su paseo hasta que llegó al muro de piedra que delimitaba la finca. Ya no estaba para demasiados trotes y pensó que estaría bien tumbarse a dormir un rato antes de regresar.

– Estoy agotado y esta pared da muy buena sombra.  Quince minutos de siesta serán suficientes para recuperar fuerzas.

Se recostó apoyando la espalda en el muro y sus párpados se fueron cerrando lentamente.  A punto estaba de sumirse en un profundo sueño cuando, de repente, notó  que alguien le arrancaba de un tirón el pañuelo que llevaba  anudado en la cabeza.

¡Menudo susto se llevó! Abrió los ojos de golpe y vio al águila volando a su alrededor con el pañuelo en el pico.

– ¡Maldita sea! ¿Has venido a robarme después de lo que he hecho por ti? ¡Qué ingrata eres!

El labrador se puso en pie y agitó los brazos intentando atraparla.

– ¡Ladrona, devuélveme el pañuelo! ¡Cuando te coja te vas a enterar!

Pero el águila no le hizo ni caso; se alejó unos metros y mirando fijamente al labrador, dejó caer el pañuelo a bastante distancia. El campesino se enfadó aún más.

– ¡¿Me estás tomando el pelo?! ¿Por qué sueltas mi pañuelo tan lejos? ¡Soy un hombre mayor y no me apetece seguir tus jueguecitos!

Gruñendo y amenazándola con el puño en alto, se fue buscar el pañuelo al lugar donde el animal testarudo lo había tirado. Se agachó para cogerlo y en ese momento oyó un estruendo ensordecedor a sus espaldas que casi le para el corazón.

– ¡¿Pero qué demonios es ese ruido tan grande?!

Miró hacia atrás y se echó las manos a la cara horrorizado ¡El muro se había desplomado!

Levantó los ojos al cielo y vio que el águila le contemplaba con ternura. Temblando como un flan, observó de nuevo el muro, miró otra vez al ave, y al fin lo entendió todo ¡Le había salvado la vida!

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