Edward Bach nace en 1886 en Mosely, Inglaterra. Trabajó al principio con su padre en la fundición familiar, pero fue separado por él de los negocios al ver la poca predisposición que tenía para ello. Como aprendiz en la fábrica paterna conoció el miedo y la preocupación de los trabajadores por su salud. Era bondadoso y no deseaba otra cosa que ayudar a los demás. Ingresó en la Universidad en 1906 y salió graduado en 1912.

Era abierto, sensible y altruista, aunque un sencillo médico normal, sin pretensiones de cambiar el mundo.

Deseaba conocer las verdaderas causas de la enfermedad para lograr una curación auténtica. Pensó que la clave para ello serían la bacteriología y la inmunología, ya que la medicina seguía fuertemente influenciada por los sensacionales descubrimientos de Louis Pasteur, Robert Kock y Emil Behring. En todos los sitios se investigaban las bacterias, invisibles malhechores y causantes de las enfermedades. Así el joven médico se unió a la serie de investigadores que, a modo de detectives, desenmascaraban cepas enteras de diminutos gérmenes y preparaban vacunas para desactivarlos.

Bach aprovechó la oportunidad de trabajar de ayudante en el departamento de bacteriología del Hospital-Escuela de la Universidad y centró su interés en bacterias intestinales.

Tuvo éxito con las vacunas. En muchos de sus pacientes las molestias crónicas desparecieron para siempre. Con toda seguridad podría haber descansado en los laureles del bienestar y del éxito profesional. Pero el destino era otro para él. Durante de Primera Guerra Mundial tuvo a su cargo 400 camas de enfermos. En medio de las penurias de esta difícil época, vivió un duro revés, su mujer murió víctima de la difteria. Su constitución física no era fuerte y en ese momento se hallaba en un gran agotamiento físico. Dos meses después de morir su mujer tuvo una grave hemorragia que lo dejó en estado de coma profundo, el diagnóstico fue un tumor de bazo. Fue operado de urgencia y solo le dieron tres meses de vida. Tan pronto como se pudo levantar de la cama, Bach volvió a su laboratorio. Las pocas semanas que le daban de vida quería dedicarlas a la investigación, no tenía ya ninguna consideración con él mismo y trabajaba día y noche. Cosa curiosa,  sacó fuerzas de su trabajo y empezó a sentirse cada vez mejor. Pasadas unas semanas, al encontrarse casualmente con él uno delos que había estado presente en la operación exclamó: “Díos mío Bach, ¡pero si debería estar muerto!

Su enfermedad fortaleció su decisión de descubrir las verdaderas causas de la enfermedad. Se adscribe a los principios de Hahnemann y Paracelso. A él se debe el descubrimiento de los Siete Nósodes que todavía hoy se usan en homeopatía. Llega a ello por sus observaciones y conclusiones de cariz humanista. Allí observó por primera vez, intuitivamente, que las distintas particularidades de la bacteria, parecían relacionarse con las distintas personalidades del paciente.

Comienza su búsqueda de remedios más puros, más sutiles, basando sus conclusiones en su intuición y teniendo en cuenta que los remedios conocidos no lo curaban todo. Su interés por la personalidad de los pacientes, en muchas horas de guarda en el hospital, le asombró por el índice de restablecimientos registrados según este enfoque. Observó a aquellos enfermos que no mejoraban, aunque recibieran igual medicación por igual dolencia y advirtió unas actitudes en éstos que frenaban su recuperación.

Esencialmente pudo advertir que la enfermedad era un conflicto entre el alma y la mente. Tomando esto como base, los métodos médicos o físicos no podían erradicar la enfermedad, ni por fuera, ni por dentro del organismo. Teniendo en cuenta la época en que se hacían, estas afirmaciones fueron tomadas por excéntricas.

Concluyó que el conflicto es abonado por dos fuentes de error: la falta de armonía entre el alma y la personalidad y la crueldad o mala disposición hacia los otros. Defectos como el orgullo, la crueldad, el odio, egoísmo, ignorancia, inestabilidad y codicia, están en la base de la enfermedad.  Así planteado se precisaba de oponer virtudes a estos defectos.

Pretendía que la medicina moderna no se ocupara de los resultados de la enfermedad, sino de las causas que la producían, por lo que indujo a médicos y pacientes a buscar dentro de sí la enfermedad.

Dedica mucho tiempo libre a recorrer los parques en busca de plantas medicinales que pudieran reemplazar a sus nósodes, potenciaba las plantas empleando el método de dilución y potenciación homeopático, pero el resultado era desalentador, ¿cómo podría descifrar el poder medicinal oculto en las plantas?   Probablemente se requería un nuevo tipo de potenciación.

Viaja a los lugares en que había vivido en su juventud: Gales. Durante este viaje descubrió dos delicadas flores silvestres que crecían en la proximidad de un pequeño río: Mímulus, de flor dorada e Impatiens, de tono violeta claro. Se las llevó a Londres y las preparó.

Los pacientes que seleccionaba, no por sus molestias orgánicas, sino por determinadas características psíquicas, eran sus voluntarios. Por sus reacciones positivas, Bach comprendió que se hallaba en el camino correcto y sintió la necesidad de volver al país de Gales. En el laboratorio ya no le quedaba nada por descubrir y lo cerró en la primavera de 1930. Quemó los escritos y publicaciones de sus investigaciones, rompió las jeringuillas y ampollas de sus vacunas y arrojó el contenido por el sumidero. Estaba dispuesto a sacrificar su fama y bienestar material ¡un loco a los ojos de los demás!

Mientras recorría los campos se dio cuenta de que necesitaba plantas de un orden superior, descartó las primitivas y fue madurando su nuevo método. Los nuevos remedios debían elaborarse a partir de flores frescas y no secas. Las flores más idóneas son aquellas que florecen a mediados del verano, alrededor del día de San Juan, en el solsticio de verano, es cuando el sol alcanza su máxima potencia.

Bach iba aumentando sus conocimientos, sin embargo nunca cayó en el sentimentalismo soñador, asociaba sus ideas con las observaciones precisas que hacía. Anotaba cuidadosamente las características botánicas como el color, la forma, número de pétalos y estambres, las peculiaridades de fisonomía vegetal. También prestaba atención a las influencias medioambientales, la calidad del suelo y ubicación, ya que estos tienen una considerable importancia sobre la planta. Cuanto más recorría la naturaleza, más aumentaba su receptividad.

Su conciencia se amplió hasta la clarividencia. Se dio cuenta de que los propios sentidos son más sensibles que los instrumentos más complejos y perfeccionados de la ciencia. El cuerpo registra las radiaciones de la planta con más precisión que cualquier aparato de laboratorio. Sin embargo el espíritu debe ser limpio como un espejo para poder ser consciente de esa facultad. Los deseos ocultos, las emociones negativas, los resentimientos y otros factores similares enturbian el espejo en el cual las plantas revelan sus propiedades.

Bach desarrolló tal sensibilidad que solo tenía que coger una planta con la mano o colocarse un pétalo sobre la lengua para que su cuerpo o alma reaccionaran. Percibía las vibraciones vegetales.

Una mañana de mayo tuvo una importante inspiración cuando el rocío  fresco le mojaba los zapatos. El sol era intenso y en los cálices de las flores brillaban las gotitas de rocío como diamantes, una repentina comprensión de las relaciones ocultas le hizo ver que las gotas de rocío absorben energías curativas de las flores. ¡había encontrado una forma sencilla y natural de potenciación!

Recogió el agua en pequeños frascos y observó que las gotas de rocío de las plantas expuestas a la luz del sol brillaban con más intensidad que las procedentes de la sombra. Por consiguiente eran los rayos del sol los que transferían los poderes de las flores al agua. Dado que la recogida de rocío implicaba mucho trabajo y tiempo, intentó reproducir el proceso natural. Llenó fuentes de vidrio con agua fresca de manantial, allí colocó las flores recién cogidas, nadando en la superficie y las expuso al sol.

El agua se había cargado transcurridos unas horas. Acaba de idear un procedimiento que incluía los cuatro elementos: la tierra es el suelo que soporta y nutre la planta, el aire también la nutre, el sol, el fuego que permite transferir su fuerza y el agua que absorbe sus poderes curativos y guarda su memoria..

Escribe el libro Cúrate a ti mismo con un lenguaje sencillo y simple, pero tremendamente profundo. Escribe que el alma construye el cuerpo físico como instrumento para sus fines. Los trastornos emocionales y los consiguientes trastornos de salud se deben a que está alterada la conexión con el alma. Las plantas medicinales que tienen vibraciones especialmente intensas actúan de mediadoras para reconectar dicha conexión.

Cuando presenta a los editores el borrador del libro se niegan a publicarlo por considerarlo audaz y revolucionario, aunque después encuentra a un editor que se ofrece a hacerlo, admirando el trabajo realizado en bien de la Humanidad.

Por su parte, la Sociedad Médica, al leer sus anuncios en los periódicos ofreciendo la curación por las Flores, lo obligan a terminar, so pena de retirarle el permiso para ejercer la profesión médica,

Bach responde: “habiendo probado que las hierbas son tan simples de usar y tan maravillosamente efectivas en su poder curativo, renuncio a la medicina popular ortodoxa”. No se desprende de esto con rencor, odio o resentimiento, sino por una decisión incubada durante años de práctica y observación para ayudar al prójimo. Se convirtió en el Doctor-Maestro-Instructor de vida, títulos con los que la humanidad, agradecida, reemplazó los títulos académicos de los que él mismo se desprendiera, pues lo limitaban en su desarrollo.

Edward Bach tuvo que luchar para conserva la simplicidad, y con ella, la eficacia de su método. Un mes antes de su muerte, en Octubre de 1936, siendo consciente de este problema, Bach escribió la siguiente carta a su colaborador Víctor Bullen:

“Es una prueba de la importancia de nuestro trabajo que aparezcan los poderes materiales con la intención de distorsionarlo o desfigurarlo. La desfiguración es un arma más poderosa que la destrucción. El hombre quiso tener la libre capacidad de decisión y Dios se la otorgó. Por ello el hombre siempre debe tener la elección. En cuanto un maestro entrega su obra al mundo ha de surgir una versión desfigurada de la misma”.

Habla así en sus últimas conferencias:

“El trabajo sobre el método de curación ya ha sido completado, publicado y entregado gratuitamente, de forma que la gente como ustedes puedan ayudarse a sí misma ya sea en la enfermedad o para mantenerse sana y fuerte. El sistema no requiere ninguna ciencia; solo un mínimo de conocimientos, así como de compasión y de comprensión de la naturaleza humana, cosas comunes a la mayoría de nosotros.

Escribe así en Noviembre a su editor Sr. Daniel:

“El trabajo que he puesto en sus manos es un Gran Trabajo; es un trabajo Divino y solo Dios sabe por qué fui apartado en este momento de continuar con mi lucha por la humanidad que sufre.

Su muerte solo marca el inicio de la difusión a nivel mundial de su obra

Este escrito ha sido extractado, en su gran mayoría, del libro de Rubén E. Gracia “Enfermedades psicosomáticas y Flores de Bach” Ed. Índigo.